sábado, 24 de mayo de 2008
El primer relato con un hombre-lobo
viernes, 22 de febrero de 2008
El sueño de la razón produce monstruos
Podemos hacer una parada intermedia en los años treinta del siglo XX, en la guerra civil española. Picasso y su terrible Guernica están ahí para recordarnos que la razón se durmió, profundamente y por mucho tiempo. Los caballos volvieron a sublevarse.
lunes, 18 de febrero de 2008
¡Ojalá lo haya conseguido!
Carta de Abraham Van Helsig a Maximilien Grillet
2 de febrero
Estimado señor Grillet:
Me gustaría ayudarle y esa es la intención de esta misiva. Conocí al señor Bronac en un lugar olvidado del mundo, donde compartimos mesa y confidencias sobre los asuntos que nos habían guiado hasta allí. Por eso sé de los hechos acaecidos en Beaufort y de las pesquisas que le llevan hasta a San Petersburgo. Bronac se reía de las historias que contaban sobre el demonio que se alimenta de sangre, creía que todo lo que le habían contado los lugareños de estas montañas eran estúpidas leyendas, supersticiones de ignorantes; hasta que le mostré algunos libros sobre la materia y le referí los motivos de mi viaje: encontrar un remedio para los hijos de la noche. Así los llama mi colega el doctor Dagenham y así se titula uno de sus libros, el que más atrajo la atención de Bronac, quizá por sus sobrecogedores grabados.
Los seres que llamamos vampiros existen. El nosferatu es un ser que actúa por instinto y puede ver en la oscuridad, no se refleja y ni arroja sombra. Es una bestia que tiene poder sobre los animales y puede transformarse en cualquiera de ellos: perro, caballo, araña, rata…Esta es la naturaleza del diablo al que se enfrentan. Le ruego se ponga en contacto con el doctor Dagenham lo antes posible, creame, al principio yo también era escéptico. Lamento no poder ser yo el que les ayude, pero la distancia me lo impide
Reciba un cordial saludo
Van Helsin
Demasiado tarde, pensó Max cuando acabó de leer la carta. Quizá no, pues su lectura avivó el recuerdo y acudió a su memoria una de las ilustraciones del libro del doctor Dagenham. Volvió a la mansión Grisard con la esperanza de recuperar del rescoldo el libro de “Hijos de la noche”; ahí estaba retorcido, pero por fortuna algunos grabados no los habían desdibujado las llamas. Pasaba las páginas con miedo de que se convirtieran en pavesas, buscaba la imagen que lo había guiado hasta allí: ese grabado de Goya, ese caballo desbocado, sin proyectar sombra, el vampiro convertido en caballo…Al contemplarlo supo que su deseo se había cumplido: Isabelle lo había conseguido, se había salvado.
Argiem
martes, 12 de febrero de 2008
papá pegaso
Clara
martes, 5 de febrero de 2008
Un capricho
sábado, 2 de febrero de 2008
Arrepentimiento
Sí, ya sé, doctor, sueño insistentemente con elefantas. El mes pasado, sin ir más lejos, soñé que a una le pasó lo mismo que a una novia que tuve en Calahorra. Pero también sueño con obispos. No, con avispas, no, con obispos. Escúcheme, doctor. ¿Ha oído hablar de los crímenes de la plaza de Colón? Sí, claro, todo el mundo ha oído hablar del obispo asesino. No, no, doctor, no le estoy hablando de la abeja Maya. Tiene que escucharme; todavía siento escalofríos cuando recuerdo lo que soñé hace dos noches. Sí, doctor, trataré de relajarme. Pero no estoy loco. Mi sueño era tan real como lo que está sucediendo aquí ahora mismo. Había estado tomando unas copas con una elefanta; perdón, quiero decir, con una compañera de trabajo. Habíamos tenido una jornada agotadora y, quizás, bebimos más de la cuenta para aliviar toda la tensión acumulada. No, doctor, no siento ninguna atracción por mi compañera. Ella lee la prensa y le gusta la pintura y la música clásica. Yo disfruto más viendo “Aquí hay tomate”. Me conecta más a la realidad. Ya sabe, soy un intelectual de lo cotidiano. Pero bueno, como le estaba diciendo, nos despedimos a la salida del bar y yo me dirigí caminando a mi casa. Eran más de las doce y las calles estaban casi desiertas por esa zona. Sí, sí, doctor, claro que fue un sueño. Pero, escuche, fue todo tan real, que aún se acelera mi corazón al recordarlo. Había llovido y las luces reverberaban en la superficie del asfalto. Al detenerme en un semáforo, escuché unos pasos cadenciosos y firmes de tras de mí. Giré la cabeza y no vi a nadie. No, doctor, ya le digo que nunca he tenido manía persecutoria. Como decía, continué mi camino con cierta sensación de inquietud . Llegué hasta mi portal y miré a ambos lados de la calle. Nadie. Entré y subí con cierta urgencia las escaleras hasta el primer piso, donde yo vivía. Al introducir la llave, noté que la puerta estaba abierta. Entré con una angustia que atenazaba todo mi cuerpo y advertí que la luz del baño estaba encendida. Con el mayor sigilo, me aproximé hacia allí y mis ojos recorrieron toda la estancia y..., nadie, nadie, nadie. No había nadie, doctor. Un frío sudor recorrió todo mi cuerpo y tuve la sensación de que una presencia intangible se hallaba cerca de mí. Abrí el grifo del lavabo y, en un estado de conmoción indescriptible, me lavé la cara repetidas veces. Al alzar la cabeza, mis ojos se quedaron paralizados en el espejo. Sí, doctor, allí estaba, justo frente a mí; un horripilante obispo, de nariz encorbada y mirada turbia y asesina. Vestía completamente de negro y un enorme escapulario colgaba de su cuello. Alzó su mano y contemplé con estupor que un tremendo cuchillo de chef decorado por Mariscal, que había distribuido El País el día anterior, refulgía amenazante ante mí. Traté de gritar, pero la mueca del grito se congeló en el centro del espejo y, entonces, sí, doctor, fue en ese momento, justo al filo de la muerte, cuando me di cuente de que el obispo, el siniestro autor de los crímenes de la plaza de Colón era..., era yo, doctor, y estaba disponiéndome a cometer el último crimen posible contra la imagen reflejada en el espejo.
MAC