sábado, 24 de mayo de 2008

El primer relato con un hombre-lobo


Logré que uno de mis compañeros de hostería -un soldado más valiente que Plutón- me acompañara.
Al primer canto del gallo, emprendimos la marcha; brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas y a canturrear.
Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y dejar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las carnes; me quedé como muerto: Lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo.
Lobo, rompió a dar maullidos y huyó al bosque. Fui a recoger su ropa y vi que se había transformado en piedra.
Desenvainé la espada y temblando llegué a casa. Melisa se extrañó de verme llegar a tales horas.
-Si hubieras llegado un poco antes -me dijo- hubieras podido ayudarnos: Un lobo ha penetrado en el redil y ha matado las ovejas; fue una verdadera carnicería; logró escapar, pero uno de los esclavos le atravesó el pescuezo con la lanza.
Al día siguiente volví por el camino de las tumbas. En lugar de la ropa petrificada había una mancha de sangre. Entré en la hostería; el soldado estaba tendido en un lecho. Sangraba como un buey; un médico estaba curándole el cuello.


Capítulo LXII de El Satiricón, de Petronio (20 dC – 66 dC),

viernes, 22 de febrero de 2008

El sueño de la razón produce monstruos






Estos son algunos de los monstruos que, para Goya, produce el sueño de la razón. No sabemos a ciencia cierta si se refiere al sueño -o ausencia- de la razón al quedarse dormida, o más bien a las visiones oníricas que la razón tendría en su agitado sueño. En cualquier caso, son quizá estos grabados posiblemente más reales que otras de sus obras más "realistas" como La Familia de Carlos IV o Los Fusilamientos del 3 de Mayo. Goya, como un nuevo Segismundo se pregunta ¿qué es la vida? y se encuentra con que la realidad es mucho más amplia que lo que podemos percibir a través de los sentidos, así que pone de modelos a sus fantasmas y les hace desfilar para que no quede ninguno en su interior. En un país fanático e irracional, en un cuerpo enfermo y una mente alucinada, rodeado de un silencio permanente, ésta es, para él, la verdadera realidad.
Cabría preguntarse si hoy, doscientos años después, la razón sigue quedándose dormida y soñando con monstruos.
Podemos hacer una parada intermedia en los años treinta del siglo XX, en la guerra civil española. Picasso y su terrible Guernica están ahí para recordarnos que la razón se durmió, profundamente y por mucho tiempo. Los caballos volvieron a sublevarse.
Pero con una somera mirada a la situación de la humanidad en nuestro tiempo, comprobaremos que el disparate sigue resultando de rabiosa actualidad, tal vez no en nuestro país, algo más iluminado por la razón que en otros tiempos, pero sí en tantos y tantos países, poblados casi exclusivamente de fantasmas. ¿A dónde va ese jinete? Parece que intenta huir. Quién sabe, tal vez intente ir a otro país, donde las montañas sean verdes y hermosas, donde los caballos sean de mejor raza, donde el dormir produzca bellos sueños, y no terribles pesadillas, donde poder vivir en paz y armonía. Pero ¡ay! su caballo está desbocado, parece que nuestro héroe tendrá que abandonar el viaje y regresar a su sucio, triste y desangelado hogar. Seguramente mañana lo intentará de nuevo. Esperemos que entonces su caballo esté más tranquilo y que a todos nos ilumine la razón.

lunes, 18 de febrero de 2008

¡Ojalá lo haya conseguido!


Carta de Abraham Van Helsig a Maximilien Grillet

2 de febrero

Estimado señor Grillet:

Me gustaría ayudarle y esa es la intención de esta misiva. Conocí al señor Bronac en un lugar olvidado del mundo, donde compartimos mesa y confidencias sobre los asuntos que nos habían guiado hasta allí. Por eso sé de los hechos acaecidos en Beaufort y de las pesquisas que le llevan hasta a San Petersburgo. Bronac se reía de las historias que contaban sobre el demonio que se alimenta de sangre, creía que todo lo que le habían contado los lugareños de estas montañas eran estúpidas leyendas, supersticiones de ignorantes; hasta que le mostré algunos libros sobre la materia y le referí los motivos de mi viaje: encontrar un remedio para los hijos de la noche. Así los llama mi colega el doctor Dagenham y así se titula uno de sus libros, el que más atrajo la atención de Bronac, quizá por sus sobrecogedores grabados.

Los seres que llamamos vampiros existen. El nosferatu es un ser que actúa por instinto y puede ver en la oscuridad, no se refleja y ni arroja sombra. Es una bestia que tiene poder sobre los animales y puede transformarse en cualquiera de ellos: perro, caballo, araña, rata…Esta es la naturaleza del diablo al que se enfrentan. Le ruego se ponga en contacto con el doctor Dagenham lo antes posible, creame, al principio yo también era escéptico. Lamento no poder ser yo el que les ayude, pero la distancia me lo impide

Reciba un cordial saludo

Van Helsin

Demasiado tarde, pensó Max cuando acabó de leer la carta. Quizá no, pues su lectura avivó el recuerdo y acudió a su memoria una de las ilustraciones del libro del doctor Dagenham. Volvió a la mansión Grisard con la esperanza de recuperar del rescoldo el libro de “Hijos de la noche”; ahí estaba retorcido, pero por fortuna algunos grabados no los habían desdibujado las llamas. Pasaba las páginas con miedo de que se convirtieran en pavesas, buscaba la imagen que lo había guiado hasta allí: ese grabado de Goya, ese caballo desbocado, sin proyectar sombra, el vampiro convertido en caballo…Al contemplarlo supo que su deseo se había cumplido: Isabelle lo había conseguido, se había salvado.

Argiem

martes, 12 de febrero de 2008

papá pegaso

Yo de pequeña era de esas niñas que querían creer que si cerraba los ojos suficientemente fuerte, al abrirlos sería una princesa. Nunca tuve muchos juguetes ni disfraces porque en mi familia el dinero sólo llegaba para comer, por lo que siempre debí tirar de imaginación. No creo que papá fuera malo, sólo que estaba triste porque no encontraba trabajo. Cuando era más pequeña jugaba conmigo, se metía en mi mundo de colores y era mi caballero favorito. A veces jugábamos a que yo era la princesa y él el príncipe que me salvaba de la altísima torre donde aguardaba, sola, mi fatal destino. Entonces me cogía en volandas y me hacía volar por toda la habitación montada en su lomo de pegaso. Pero cuando se fue mamá todo cambió: Papi dejó de jugar conmigo y, cuando cuando llegué a los 12 años, tuve que dejar el colegio para hacerme cargo de él y de la casa. Se había ido deteriorando con el tiempo y la soledad y parecía que no me perdonara ser hija de mi madre. Comencé a trabajar de limpiadora en casas ajenas y se me exigió crecer tan deprisa que a los 16 años tenía aires decrépitos. La niña soñadora que fui quedó desplazada al confín de los confines de la esquinita más polvorienta de mi cerebro. Nunca he sabido sumar hasta más de diez, ni multiplicar, ni dividir. He ido envejeciendo bajo el yugo de un padre loco al que realmente no reconocía. He sufrido insultos de todos tipos, y todos estos castigos fueron por haber nacido, por haber sido una niña ingenua y haber soportado que un señor resentido me pisoteara toda la vida. Una vez me enfadé conmigo misma por ser tan miedica y tan poco subversiva, así que me tomé unos tragos de una botella wisky, cogí el cuchillo con el que hacía la cena y fui hacia él con toda determinación. Me vió. Forcejeamos un poco y comprendí que nunca le ganaría por la fuerza, así que decidí echar mano de mi antigua imaginación. Dejé que me apuñalara en el caos de la pelea, procurando no perder todas las fuerzas y desterrar el dolor, y cuando creyó que moriría desangrada, me saqué el cuchillo de las entrañas y le rebané el cuello. Por fin podía volver a ser una niña tranquila. Mientras fallecía corrí hacía esa esquinita que acababa de redescubrir, y en la ironía del destino no pude más que pensar que mi pegaso volador se había convertido en un jamelgo asesino, que en realidad me había llevado siempre "volando" entre sus fauces.


Clara

martes, 5 de febrero de 2008

Un capricho

De Goya y titulado Disparate desenfrenado o El caballo raptor.
Es difícil interpretar el simbolismo de este grabado, los montes con forma de ratas o monstruos...
A ver qué se os ocurre: ánimo.

sábado, 2 de febrero de 2008

Arrepentimiento

Sí, ya sé, doctor, sueño insistentemente con elefantas. El mes pasado, sin ir más lejos, soñé que a una le pasó lo mismo que a una novia que tuve en Calahorra. Pero también sueño con obispos. No, con avispas, no, con obispos. Escúcheme, doctor. ¿Ha oído hablar de los crímenes de la plaza de Colón? Sí, claro, todo el mundo ha oído hablar del obispo asesino. No, no, doctor, no le estoy hablando de la abeja Maya. Tiene que escucharme; todavía siento escalofríos cuando recuerdo lo que soñé hace dos noches. Sí, doctor, trataré de relajarme. Pero no estoy loco. Mi sueño era tan real como lo que está sucediendo aquí ahora mismo. Había estado tomando unas copas con una elefanta; perdón, quiero decir, con una compañera de trabajo. Habíamos tenido una jornada agotadora y, quizás, bebimos más de la cuenta para aliviar toda la tensión acumulada. No, doctor, no siento ninguna atracción por mi compañera. Ella lee la prensa y le gusta la pintura y la música clásica. Yo disfruto más viendo “Aquí hay tomate”. Me conecta más a la realidad. Ya sabe, soy un intelectual de lo cotidiano. Pero bueno, como le estaba diciendo, nos despedimos a la salida del bar y yo me dirigí caminando a mi casa. Eran más de las doce y las calles estaban casi desiertas por esa zona. Sí, sí, doctor, claro que fue un sueño. Pero, escuche, fue todo tan real, que aún se acelera mi corazón al recordarlo. Había llovido y las luces reverberaban en la superficie del asfalto. Al detenerme en un semáforo, escuché unos pasos cadenciosos y firmes de tras de mí. Giré la cabeza y no vi a nadie. No, doctor, ya le digo que nunca he tenido manía persecutoria. Como decía, continué mi camino con cierta sensación de inquietud . Llegué hasta mi portal y miré a ambos lados de la calle. Nadie. Entré y subí con cierta urgencia las escaleras hasta el primer piso, donde yo vivía. Al introducir la llave, noté que la puerta estaba abierta. Entré con una angustia que atenazaba todo mi cuerpo y advertí que la luz del baño estaba encendida. Con el mayor sigilo, me aproximé hacia allí y mis ojos recorrieron toda la estancia y..., nadie, nadie, nadie. No había nadie, doctor. Un frío sudor recorrió todo mi cuerpo y tuve la sensación de que una presencia intangible se hallaba cerca de mí. Abrí el grifo del lavabo y, en un estado de conmoción indescriptible, me lavé la cara repetidas veces. Al alzar la cabeza, mis ojos se quedaron paralizados en el espejo. Sí, doctor, allí estaba, justo frente a mí; un horripilante obispo, de nariz encorbada y mirada turbia y asesina. Vestía completamente de negro y un enorme escapulario colgaba de su cuello. Alzó su mano y contemplé con estupor que un tremendo cuchillo de chef decorado por Mariscal, que había distribuido El País el día anterior, refulgía amenazante ante mí. Traté de gritar, pero la mueca del grito se congeló en el centro del espejo y, entonces, sí, doctor, fue en ese momento, justo al filo de la muerte, cuando me di cuente de que el obispo, el siniestro autor de los crímenes de la plaza de Colón era..., era yo, doctor, y estaba disponiéndome a cometer el último crimen posible contra la imagen reflejada en el espejo.

MAC

Los ojos de la serpiente

-Los ojos de la serpiente -

Eran las doce de la noche de un martes, día 17. Estaba sentado cómodamente en el sofá que recientemente había comprado cuando, de repente, un sonido parecido al de un cascabel recorrió toda la habitación, llamando mi intención varias veces. Dejé el libro que sostenía entre mis manos en la mesita que estaba junto a mí, y me levanté para ver lo que estaba sucediendo. Recorrí toda la casa en busca de una explicación lógica que diese algo de claridad a mis dudas respecto a lo que estaba ocurriendo. Antes de sentarme, una vez finalizada la búsqueda, volví a oír ese sonido. Sin embargo, ahora era más fuerte, más cercano e incluso pude saber de donde provenía. Me acerqué hasta el armario donde guardaba mi material de pesca y, cuando lo abrí, el pánico se apoderó de mí. Una gran serpiente cascabel se alzó hábilmente hasta la altura de mi cabeza, infundiéndome tanto miedo que no me pude mover facilitándole, así, lo que andaba buscando desde un principio: comerme.