lunes, 18 de febrero de 2008

¡Ojalá lo haya conseguido!


Carta de Abraham Van Helsig a Maximilien Grillet

2 de febrero

Estimado señor Grillet:

Me gustaría ayudarle y esa es la intención de esta misiva. Conocí al señor Bronac en un lugar olvidado del mundo, donde compartimos mesa y confidencias sobre los asuntos que nos habían guiado hasta allí. Por eso sé de los hechos acaecidos en Beaufort y de las pesquisas que le llevan hasta a San Petersburgo. Bronac se reía de las historias que contaban sobre el demonio que se alimenta de sangre, creía que todo lo que le habían contado los lugareños de estas montañas eran estúpidas leyendas, supersticiones de ignorantes; hasta que le mostré algunos libros sobre la materia y le referí los motivos de mi viaje: encontrar un remedio para los hijos de la noche. Así los llama mi colega el doctor Dagenham y así se titula uno de sus libros, el que más atrajo la atención de Bronac, quizá por sus sobrecogedores grabados.

Los seres que llamamos vampiros existen. El nosferatu es un ser que actúa por instinto y puede ver en la oscuridad, no se refleja y ni arroja sombra. Es una bestia que tiene poder sobre los animales y puede transformarse en cualquiera de ellos: perro, caballo, araña, rata…Esta es la naturaleza del diablo al que se enfrentan. Le ruego se ponga en contacto con el doctor Dagenham lo antes posible, creame, al principio yo también era escéptico. Lamento no poder ser yo el que les ayude, pero la distancia me lo impide

Reciba un cordial saludo

Van Helsin

Demasiado tarde, pensó Max cuando acabó de leer la carta. Quizá no, pues su lectura avivó el recuerdo y acudió a su memoria una de las ilustraciones del libro del doctor Dagenham. Volvió a la mansión Grisard con la esperanza de recuperar del rescoldo el libro de “Hijos de la noche”; ahí estaba retorcido, pero por fortuna algunos grabados no los habían desdibujado las llamas. Pasaba las páginas con miedo de que se convirtieran en pavesas, buscaba la imagen que lo había guiado hasta allí: ese grabado de Goya, ese caballo desbocado, sin proyectar sombra, el vampiro convertido en caballo…Al contemplarlo supo que su deseo se había cumplido: Isabelle lo había conseguido, se había salvado.

Argiem

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