sábado, 24 de mayo de 2008

El primer relato con un hombre-lobo


Logré que uno de mis compañeros de hostería -un soldado más valiente que Plutón- me acompañara.
Al primer canto del gallo, emprendimos la marcha; brillaba la luna como el sol a mediodía. Llegamos a unas tumbas. Mi hombre se para; empieza a conjurar astros; yo me siento y me pongo a contar las columnas y a canturrear.
Al rato me vuelvo hacia mi compañero y lo veo desnudarse y dejar la ropa al borde del camino. De miedo se me abrieron las carnes; me quedé como muerto: Lo vi orinar alrededor de su ropa y convertirse en lobo.
Lobo, rompió a dar maullidos y huyó al bosque. Fui a recoger su ropa y vi que se había transformado en piedra.
Desenvainé la espada y temblando llegué a casa. Melisa se extrañó de verme llegar a tales horas.
-Si hubieras llegado un poco antes -me dijo- hubieras podido ayudarnos: Un lobo ha penetrado en el redil y ha matado las ovejas; fue una verdadera carnicería; logró escapar, pero uno de los esclavos le atravesó el pescuezo con la lanza.
Al día siguiente volví por el camino de las tumbas. En lugar de la ropa petrificada había una mancha de sangre. Entré en la hostería; el soldado estaba tendido en un lecho. Sangraba como un buey; un médico estaba curándole el cuello.


Capítulo LXII de El Satiricón, de Petronio (20 dC – 66 dC),

viernes, 22 de febrero de 2008

El sueño de la razón produce monstruos






Estos son algunos de los monstruos que, para Goya, produce el sueño de la razón. No sabemos a ciencia cierta si se refiere al sueño -o ausencia- de la razón al quedarse dormida, o más bien a las visiones oníricas que la razón tendría en su agitado sueño. En cualquier caso, son quizá estos grabados posiblemente más reales que otras de sus obras más "realistas" como La Familia de Carlos IV o Los Fusilamientos del 3 de Mayo. Goya, como un nuevo Segismundo se pregunta ¿qué es la vida? y se encuentra con que la realidad es mucho más amplia que lo que podemos percibir a través de los sentidos, así que pone de modelos a sus fantasmas y les hace desfilar para que no quede ninguno en su interior. En un país fanático e irracional, en un cuerpo enfermo y una mente alucinada, rodeado de un silencio permanente, ésta es, para él, la verdadera realidad.
Cabría preguntarse si hoy, doscientos años después, la razón sigue quedándose dormida y soñando con monstruos.
Podemos hacer una parada intermedia en los años treinta del siglo XX, en la guerra civil española. Picasso y su terrible Guernica están ahí para recordarnos que la razón se durmió, profundamente y por mucho tiempo. Los caballos volvieron a sublevarse.
Pero con una somera mirada a la situación de la humanidad en nuestro tiempo, comprobaremos que el disparate sigue resultando de rabiosa actualidad, tal vez no en nuestro país, algo más iluminado por la razón que en otros tiempos, pero sí en tantos y tantos países, poblados casi exclusivamente de fantasmas. ¿A dónde va ese jinete? Parece que intenta huir. Quién sabe, tal vez intente ir a otro país, donde las montañas sean verdes y hermosas, donde los caballos sean de mejor raza, donde el dormir produzca bellos sueños, y no terribles pesadillas, donde poder vivir en paz y armonía. Pero ¡ay! su caballo está desbocado, parece que nuestro héroe tendrá que abandonar el viaje y regresar a su sucio, triste y desangelado hogar. Seguramente mañana lo intentará de nuevo. Esperemos que entonces su caballo esté más tranquilo y que a todos nos ilumine la razón.

lunes, 18 de febrero de 2008

¡Ojalá lo haya conseguido!


Carta de Abraham Van Helsig a Maximilien Grillet

2 de febrero

Estimado señor Grillet:

Me gustaría ayudarle y esa es la intención de esta misiva. Conocí al señor Bronac en un lugar olvidado del mundo, donde compartimos mesa y confidencias sobre los asuntos que nos habían guiado hasta allí. Por eso sé de los hechos acaecidos en Beaufort y de las pesquisas que le llevan hasta a San Petersburgo. Bronac se reía de las historias que contaban sobre el demonio que se alimenta de sangre, creía que todo lo que le habían contado los lugareños de estas montañas eran estúpidas leyendas, supersticiones de ignorantes; hasta que le mostré algunos libros sobre la materia y le referí los motivos de mi viaje: encontrar un remedio para los hijos de la noche. Así los llama mi colega el doctor Dagenham y así se titula uno de sus libros, el que más atrajo la atención de Bronac, quizá por sus sobrecogedores grabados.

Los seres que llamamos vampiros existen. El nosferatu es un ser que actúa por instinto y puede ver en la oscuridad, no se refleja y ni arroja sombra. Es una bestia que tiene poder sobre los animales y puede transformarse en cualquiera de ellos: perro, caballo, araña, rata…Esta es la naturaleza del diablo al que se enfrentan. Le ruego se ponga en contacto con el doctor Dagenham lo antes posible, creame, al principio yo también era escéptico. Lamento no poder ser yo el que les ayude, pero la distancia me lo impide

Reciba un cordial saludo

Van Helsin

Demasiado tarde, pensó Max cuando acabó de leer la carta. Quizá no, pues su lectura avivó el recuerdo y acudió a su memoria una de las ilustraciones del libro del doctor Dagenham. Volvió a la mansión Grisard con la esperanza de recuperar del rescoldo el libro de “Hijos de la noche”; ahí estaba retorcido, pero por fortuna algunos grabados no los habían desdibujado las llamas. Pasaba las páginas con miedo de que se convirtieran en pavesas, buscaba la imagen que lo había guiado hasta allí: ese grabado de Goya, ese caballo desbocado, sin proyectar sombra, el vampiro convertido en caballo…Al contemplarlo supo que su deseo se había cumplido: Isabelle lo había conseguido, se había salvado.

Argiem

martes, 12 de febrero de 2008

papá pegaso

Yo de pequeña era de esas niñas que querían creer que si cerraba los ojos suficientemente fuerte, al abrirlos sería una princesa. Nunca tuve muchos juguetes ni disfraces porque en mi familia el dinero sólo llegaba para comer, por lo que siempre debí tirar de imaginación. No creo que papá fuera malo, sólo que estaba triste porque no encontraba trabajo. Cuando era más pequeña jugaba conmigo, se metía en mi mundo de colores y era mi caballero favorito. A veces jugábamos a que yo era la princesa y él el príncipe que me salvaba de la altísima torre donde aguardaba, sola, mi fatal destino. Entonces me cogía en volandas y me hacía volar por toda la habitación montada en su lomo de pegaso. Pero cuando se fue mamá todo cambió: Papi dejó de jugar conmigo y, cuando cuando llegué a los 12 años, tuve que dejar el colegio para hacerme cargo de él y de la casa. Se había ido deteriorando con el tiempo y la soledad y parecía que no me perdonara ser hija de mi madre. Comencé a trabajar de limpiadora en casas ajenas y se me exigió crecer tan deprisa que a los 16 años tenía aires decrépitos. La niña soñadora que fui quedó desplazada al confín de los confines de la esquinita más polvorienta de mi cerebro. Nunca he sabido sumar hasta más de diez, ni multiplicar, ni dividir. He ido envejeciendo bajo el yugo de un padre loco al que realmente no reconocía. He sufrido insultos de todos tipos, y todos estos castigos fueron por haber nacido, por haber sido una niña ingenua y haber soportado que un señor resentido me pisoteara toda la vida. Una vez me enfadé conmigo misma por ser tan miedica y tan poco subversiva, así que me tomé unos tragos de una botella wisky, cogí el cuchillo con el que hacía la cena y fui hacia él con toda determinación. Me vió. Forcejeamos un poco y comprendí que nunca le ganaría por la fuerza, así que decidí echar mano de mi antigua imaginación. Dejé que me apuñalara en el caos de la pelea, procurando no perder todas las fuerzas y desterrar el dolor, y cuando creyó que moriría desangrada, me saqué el cuchillo de las entrañas y le rebané el cuello. Por fin podía volver a ser una niña tranquila. Mientras fallecía corrí hacía esa esquinita que acababa de redescubrir, y en la ironía del destino no pude más que pensar que mi pegaso volador se había convertido en un jamelgo asesino, que en realidad me había llevado siempre "volando" entre sus fauces.


Clara

martes, 5 de febrero de 2008

Un capricho

De Goya y titulado Disparate desenfrenado o El caballo raptor.
Es difícil interpretar el simbolismo de este grabado, los montes con forma de ratas o monstruos...
A ver qué se os ocurre: ánimo.

sábado, 2 de febrero de 2008

Arrepentimiento

Sí, ya sé, doctor, sueño insistentemente con elefantas. El mes pasado, sin ir más lejos, soñé que a una le pasó lo mismo que a una novia que tuve en Calahorra. Pero también sueño con obispos. No, con avispas, no, con obispos. Escúcheme, doctor. ¿Ha oído hablar de los crímenes de la plaza de Colón? Sí, claro, todo el mundo ha oído hablar del obispo asesino. No, no, doctor, no le estoy hablando de la abeja Maya. Tiene que escucharme; todavía siento escalofríos cuando recuerdo lo que soñé hace dos noches. Sí, doctor, trataré de relajarme. Pero no estoy loco. Mi sueño era tan real como lo que está sucediendo aquí ahora mismo. Había estado tomando unas copas con una elefanta; perdón, quiero decir, con una compañera de trabajo. Habíamos tenido una jornada agotadora y, quizás, bebimos más de la cuenta para aliviar toda la tensión acumulada. No, doctor, no siento ninguna atracción por mi compañera. Ella lee la prensa y le gusta la pintura y la música clásica. Yo disfruto más viendo “Aquí hay tomate”. Me conecta más a la realidad. Ya sabe, soy un intelectual de lo cotidiano. Pero bueno, como le estaba diciendo, nos despedimos a la salida del bar y yo me dirigí caminando a mi casa. Eran más de las doce y las calles estaban casi desiertas por esa zona. Sí, sí, doctor, claro que fue un sueño. Pero, escuche, fue todo tan real, que aún se acelera mi corazón al recordarlo. Había llovido y las luces reverberaban en la superficie del asfalto. Al detenerme en un semáforo, escuché unos pasos cadenciosos y firmes de tras de mí. Giré la cabeza y no vi a nadie. No, doctor, ya le digo que nunca he tenido manía persecutoria. Como decía, continué mi camino con cierta sensación de inquietud . Llegué hasta mi portal y miré a ambos lados de la calle. Nadie. Entré y subí con cierta urgencia las escaleras hasta el primer piso, donde yo vivía. Al introducir la llave, noté que la puerta estaba abierta. Entré con una angustia que atenazaba todo mi cuerpo y advertí que la luz del baño estaba encendida. Con el mayor sigilo, me aproximé hacia allí y mis ojos recorrieron toda la estancia y..., nadie, nadie, nadie. No había nadie, doctor. Un frío sudor recorrió todo mi cuerpo y tuve la sensación de que una presencia intangible se hallaba cerca de mí. Abrí el grifo del lavabo y, en un estado de conmoción indescriptible, me lavé la cara repetidas veces. Al alzar la cabeza, mis ojos se quedaron paralizados en el espejo. Sí, doctor, allí estaba, justo frente a mí; un horripilante obispo, de nariz encorbada y mirada turbia y asesina. Vestía completamente de negro y un enorme escapulario colgaba de su cuello. Alzó su mano y contemplé con estupor que un tremendo cuchillo de chef decorado por Mariscal, que había distribuido El País el día anterior, refulgía amenazante ante mí. Traté de gritar, pero la mueca del grito se congeló en el centro del espejo y, entonces, sí, doctor, fue en ese momento, justo al filo de la muerte, cuando me di cuente de que el obispo, el siniestro autor de los crímenes de la plaza de Colón era..., era yo, doctor, y estaba disponiéndome a cometer el último crimen posible contra la imagen reflejada en el espejo.

MAC

Los ojos de la serpiente

-Los ojos de la serpiente -

Eran las doce de la noche de un martes, día 17. Estaba sentado cómodamente en el sofá que recientemente había comprado cuando, de repente, un sonido parecido al de un cascabel recorrió toda la habitación, llamando mi intención varias veces. Dejé el libro que sostenía entre mis manos en la mesita que estaba junto a mí, y me levanté para ver lo que estaba sucediendo. Recorrí toda la casa en busca de una explicación lógica que diese algo de claridad a mis dudas respecto a lo que estaba ocurriendo. Antes de sentarme, una vez finalizada la búsqueda, volví a oír ese sonido. Sin embargo, ahora era más fuerte, más cercano e incluso pude saber de donde provenía. Me acerqué hasta el armario donde guardaba mi material de pesca y, cuando lo abrí, el pánico se apoderó de mí. Una gran serpiente cascabel se alzó hábilmente hasta la altura de mi cabeza, infundiéndome tanto miedo que no me pude mover facilitándole, así, lo que andaba buscando desde un principio: comerme.

viernes, 1 de febrero de 2008

Palabra de Neruda


Muere lentamente quien no viaja, quien no lee.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente
quien se transforma en esclavo del hábito repitiendo todos los días los mismos trayectos,
quien no cambia de marca, no se atreve a cambiar
el color de su vestimenta
o bien no conversa
con quien no conoce.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.

Muere lentamente quien evita una pasión y su remolino de emociones, justamente éstas que regresan el brillo a los ojos
y restauran los corazones destrozados.

Muere lentamente quien no gira el volante cuando está infeliz con su trabajo,
o su amor, quien no arriesga lo cierto ni lo incierto
para ir atrás de un sueño,
quien no se permite, ni siquiera una vez en su vida,
huir de los consejos sensatos...
¡Vive hoy!
¡Arriesga hoy!
¡Hazlo hoy!

-Pablo
Neruda (1904-1973)-

jueves, 31 de enero de 2008

Espero que os guste esta historia que he creado:
(Profe de R. Lengua, a ver si te gusta...)

- El nogal de la rivera -
Todos tenemos la necesidad de buscar y encontrar un sitio en el que nos sintamos a gusto con nosotros mismos. Yo encontré ese lugar bajo un viejo nogal pegado a la rivera del río que pasaba por mi pueblo. Era un espectacular árbol que me daba la tranquilidad y el abrigo que andaba buscando desde hace tiempo. Sentado en una piedra que nacía al lado de su tronco, pasaba largas tardes recordando mis vivencias personales y colegiales, llegando a analizar y a valorar en su justa medida cada una de las situaciones vividas. El sonido del agua del río cercano, que corría saltando sobre un lecho de piedras redondeadas por el paso del tiempo, llegaba a mis oídos, causándome tal relajación y despreocupación que muchas días regresaba entrada la noche a mi casa, donde volvía a la cruda realidad.
Esta necesidad de encontrar un sitio como el que anteriormente he narrado, no es una casualidad, ya que tanto mi abuelo como mi padre me contaban en diferentes ocasiones que también ellos tenían su pequeño rincón, donde recordar sus vivencias. Mi abuelo, concretamente, iba a un chozo de pastores situado en el corazón de la sierra que rodea mi pueblo, y mi padre se sentaba en lo alto de un peñón que sobresalía en un cerro próximo. Cada uno de estos lugares ha sido especial para la formación del carácter de los miembros de mi familia.
Tan solo espero, lograr trasmitir a mis hijos los sentimientos que mis progenitores me trasmitieron a mí y que yo, bajo mi viejo nogal, vivo a diario.

miércoles, 30 de enero de 2008

La niña

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

La niña

La niña llegó en el barco de carga. Tenía la naricilla gorda, hinchada, y los ojos de otro color que los suyos. En el pecho le habían puesto una tarjeta que decía: “Sabe hablar algunas palabras en español. Quizá alguien español la quiera”.

La quiso un español y se la llevó a su casa. Tenía mujer y seis hijos, tres nenas y tres niños.

- ¿Y qué sabes decir en español, vamos a ver?

La niña miraba al suelo.

- ¿Ser nice? – Y todos se reían - . Me custa el socolate. – Y todos se burlaban.


La niña cayó enferma. “No tiene nada”, decía el médico. Pero se estaba muriendo. Una madrugada, cuando todos estaban dormidos y algunos roncando, la niña se sintió morir. Y dijo:

- Me muero. ¿Está bien dicho?

Pero nadie la oyó decir eso. Ni ninguna cosa más. Porque al amanecer la encontraron muda, muerta en español.

miércoles, 23 de enero de 2008

Foutaises (Bagatelas, chorradas)

Que disfrutéis del vídeo. Quizá sirva de inspiración este catálogo de los placeres de la vida :

martes, 22 de enero de 2008

El retrato (para Angela)

Cuando despertó, sintió la piel mucho más áspera de lo habitual, como de trapo viejo. También vio un bulto debajo de la ropa, que no se atrevía a identificar con su propio cuerpo.
-Pero doctor- dijo alarmada cuando por fin pudo verse en el espejo- yo quería un aumento de pecho, no de vientre...
-Pero mirá, esta pancita es la última tendencia, ¡Lo del busto está ya tan visto!
-Y sólo quería un retoque en la nariz y no esta...
-¡La trompa! La trompa es lo que precisamente te da un toque regio. ¡Esa trompa tiene clase!
Poco a poco se fue acostumbrando a su nuevo aspecto. ¡Su doctor era tan elocuente! Salió de la clínica y emprendió una nueva vida, más plena, más activa. Ella por su parte se sentía mucho más seductora y feliz.
Cuando despertó de nuevo, ya no vio un bulto bajo las sábanas y eso la alarmó. Al verse en el espejo observó un perfecto busto de quinceañera y una nariz impecable. Sin embargo, sin saber por qué, intuyó que ya jamás iba a sentirse tan plena y feliz. Durante años añoró su tripa, su trompa y su piel de trapo. Una noche, se acostó con aquel viejo retrato entre sus manos.

Asesinato

YO VI MATAR A AQUELLA MUJER

Ramón Gómez de la Serna

En la habitación iluminada de aquel piso vi matar a aquella mujer.
El que la mató, le dio veinte puñaladas, que la dejaron convertida en un palillero.
Yo grité. Vinieron los guardias.
Mandaron abrir la puerta en nombre de la ley, y nos abrió el mismo asesino, al que señalé a los guardias diciendo:
-Éste ha sido.
Los guardias lo esposaron y entramos en la sala del crimen. La sala estaba vacía, sin una mancha de sangre siquiera.
En la casa no había rastro de nada, y además no había tenido tiempo de ninguna ocultación esmerada.
Ya me iba, cuando miré por último a la habitación del crimen, y vi que en el pavimento del espejo del armario de luna estaba la muerta, tirada como en la fotografía de todos los sucesos, enseñando las ligas de recién casada con la muerte…
-Vean ustedes –dije a los guardias-. Vean… El Asesino la ha tirado al espejo, al trasmundo.

Un clásico

Augusto Monterroso

El dinosaurio

Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí.


La oveja negra

En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

El paraíso imperfecto

-Es cierto -dijo mecánicamente el hombre, sin quitar la vista de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-; en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve.

lunes, 21 de enero de 2008

Presentación

Hola, aquí estamos Ángela y yo, como profe y alumna poco aventajada. Paciencia, amigos. Corregimos con el lápiz.

domingo, 20 de enero de 2008

Recomedaciones de Horacio Quiroga

Decálogo del perfecto cuentista

Horacio Quiroga
I -Cree en un maestro.


II -Cree que su arte es una cima inalcanzable. No sueñes en dominarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.


III -Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.


IV -Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dando todo tu corazón.


V -No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.


VI -Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.


VII -No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es precise, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.


VIII -Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden o no les importa ver.


IX -No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.


X -No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.


XI -No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relate no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento.



miércoles, 16 de enero de 2008

Hombre elefante

A pesar de su infame infancia, protagonizada por todo tipo de maltratos y vejaciones en el circo, de su exhibición y tratamiento como bestia, de los duros golpes recibidos, a pesar de las circunstancias adversas, nunca olvidaría la figura de su madre. De hecho, en muchas ocasiones ha logrado sobrevivir a las brutales palizas, al borde de la extenuación, mediante la evocación de su recuerdo y la nostalgia que le produce. Guardaba consigo una foto de ella y la observaba para sanar del dolor físico y del otro dolor, el producido cada vez que alguien lo miraba para ridiculizarlo, cada vez que alguien se mofaba de él, cada vez que alguien le insultaba por su físico defectuoso. Ese dolor era, sigue siendo en su memoria mucho más intenso, no cura nunca.

John Merrick miraba el rostro de su madre, la admira tanto, conoce sus facciones de memoria… y no podía evitar que brotase en él una irremediable furia interna, que provocaba alguna que otra lágrima, pues no lograba comprender a qué se deben las deformaciones que él sufre, frente a los rasgos angelicales de su madre. Ella era bella. Él es una bestia, y no podía luchar contra ello. Se sabía deforme, se despreciaba, se humillaba en su propio silencio. Le dolía profundamente el silencio que le rodeaba en la vida, le dolía el silencio que impregnaba su ser racional sin voz.

El doctor Treeves, que consiguió liberarlo, sacarlo de su jaula circense, devolverle el aire que respirar y dotarle de la naturaleza humana que a John le habían negado, comprobó que padecía un mal congénito denominado elefantiásis, y que era un humano con cuerpo de elefante, o que tenía caracteres de naturaleza humana y caracteres de naturaleza animal.

Pero al margen de toda explicación científica y racional, John aprendía a hablar y a leer, descubría sensaciones, experimentaba placeres y explotaba su sensibilidad, aprendía a ser humano, mientras aprehendía el sabor de las emociones. Lo grotesco dejó paso a lo sublime. Lo siniestro se volvió bello cuando John Merrick se enamoró perdidamente de Erika, una de las cuidadoras que lo atendieron durante el tiempo que permaneció ingresado en el ambulatorio del doctor Treeves.

Erika simbolizaba la dulzura, la sensatez, la sensibilidad, la desconocida y atrayente femineidad para el John hombre. El ser monstruoso descubrió el amor. Erika también lo quería. Había descubierto en él al hombre sensible que siempre había deseado conocer y decidió, aun sabiendo de la enfermedad de John, compartir con él su vida, incluso se plantearon la posibilidad de tener hijos. Tres años después, nació Trunk, que heredó la enfermedad de su padre, si bien sus rasgos de naturaleza animal –la similitud con el elefante- se agravaron con su embarazo.

Para entonces, John, bastante mayor ya, contemplaba sin cesar la foto de su madre, y la de Erika, fallecida el año anterior. Miraba una y otra y pensaba cuánto habrían deseado conocer a Trunk y a su futura nieta. Esbozó el retrato de su hija embarazada con sus propias manos. Recordaba el momento en que aprendió a hacer maquetas y descubrió que podía realizar multitud de cosas con sus manos de monstruo. Lo grotesco también resulta bello. La belleza no reside en la majestuosidad, ni en la excelencia.

lunes, 14 de enero de 2008

Adán, siempre el primero


Adán fue el primer hombre en La Tierra, el único que de verdad conoció la soledad. Y como él, Adán Trompeta se sentía sólo. La única diferencia entre los dos fue su "humanidad" porque, aunque a primera vista no lo pareciera, el elefante era mucho más humano que el propio hombre, válgame la redundancia.

De jóven, Adán Trompeta probablemente había sido como un elefante más, pero con el tiempo el humano llegó a sus tierras y Adán no sólo quiso socializarse como lo hizo el bíblico, sino que quiso aprender del hombre, conocer y adquirir su razón. Su familia le avisaba: "ellos son humanos, nosotros paquidermos", y sin embargo a nuestro orejudo amigo le llamaban tanto la atención...
Y un día, entre los calores y los granos de la adolescencia decidió que él era el único dueño de su destino, y ¿qué iban a saber sus padres y hermanos de los humanos? ¡no los conocían!, y él, sin embargo, los conocía muy bien...les había visto tantas veces de lejos...

Así que empacó y viajó y viajó hasta que aterrizó en un cuento de Jorge Bucay. ¡Los humanos estaban tan interesados en él como él mismo en ellos!... Era alguien importante, alguien especial. Un día ese libro se editó, se encuadernó y se mandó por todo el mundo para venderse (¡cuán emocionado estaba Adán!), y cuando llegó a su estantería correspondiente de una librería vio que en la portada del libro de al lado había un lindo pajarito. Al lado de éste había otro con un león y así hasta cientos de animales distintos. Pero, ¿cómo podía ser? él era Adán, el único con carácter y carisma suficiente para estar en la portada de un libro. Él era distinto, era único....no podía tener esa clase de competencia. Llamó al pajarito del libro contiguo y, cuando éste se giró contentándose por el interés de su vecino, el jóven Trompeta se lo zampó. Y ya no hubo marcha atrás. La exclusividad tenía un precio.
El paquidermo fue engullendo como si de un macrófago se tratara, a todos sus compañeros de estantería, hasta que quedó tan gordo, tan demacrado y tan feo que nadie quiso comprar su libro. "¡qué deforme!" decían los compradores en potencia, pero ¿cómo creían que podía quedar un elefante humanizado? Según conoció el mercado quiso monopolizarlo. ¿Acaso hay algo más humano?. Pobre Adán Trompeta. Al sentirse tan sólo en la polvorienta estantería regresó a sus lejanas tierras natales y encontró a una feliz familia que no le reconocía... Nunca volvió a ser lo que era, mas consguió aleccionar indirectamente a generaciones de elefantitos, convirtiéndose en el mítico personaje del coco-elefante. Nunca más volvió a tener amigos ni familia, nunca más. Y entonces recordó a ese antiquísimo tocayo suyo que quería sociedad, que clamaba por un poco de conversación, y se sintió como él: pobre, desvalido, solo... y, ¡cómo no, dulce humanidad!, único.



Clara

¿Despierto?

Cuando desperté me ví embarazado, ¡horror¡. ¿Qué hace un elefante como yo con un elefantito maleducado? Prefería volver a dormir, mucho tiempo, años quizás, hasta despertarme sin esa tripa. Aunque creo que no calculé bien y volví a un sueño equivocado en el que me convertía en una hormiguita desamparada. ¿Qué debía hacer? Tal vez seguir soñando, eternamente

domingo, 13 de enero de 2008

Elefante sin sombrero





En la historia que conocemos es la fría y cruel serpiente la que se ha merendado al pobre elefantito. Como castigo por su perversidad, nadie es capaz de ver en ella más que un triste, vil y deforme sombrero. Por fin el tiempo pone a cada uno en su lugar y, aunque no lo veáis, el elefantito se ha comido a la serpiente, la va a digerir rápidamente y, encima, no solo no ha perdido su simpático aspecto sino que tiene una cara de relamerse de gusto... No me extraña, porque el reptil bien enroscado es, tal cual, una ensaimadita.

Mata-hari

Palabra sobre palabra



Se me hiela la voz en la garganta.
Mi voz más dulce, con la que solía
hablar de amor a solas,se me enfría
aprisionando todo lo que canta.

¿O es una voz distinta ésta que tanta
tristeza dice que ensombrece al día?
En lentos remolinos de agonía
mi voz, ceniza densa, se levanta.

¡Fino polvo sutil de mi tristeza
conducido en pausados giros quedos
a las más nimias cosas por el viento!

Todo es ya gris, y tengo la certeza
que, de tocarlo todo, vuestros dedos
tendrán la mancha de mi desaliento.


ÁNGEL GONZÁLEZ ("Sonetos", Palabra sobre palabra)

miércoles, 9 de enero de 2008

El otro yo


Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la naríz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse imcómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se habia suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.


Mario Benedetti

martes, 8 de enero de 2008

Terapia

Terapia

Pudo imaginar, sin necesidad de mirar el reflejo en el escaparate,las caras de incredulidad y asombro de esas dos mujeres con las que acababa de cruzarse.Una estela de comentarios, precedida de una coreografía de codazos y miradas indiscretas,le perseguía ¡No me lo puedo creer! Sí, que sí es él ¡Qué pena!...

Sí, era él, el mismísimo Dumbo. Atrás quedaba aquel elefante prodigio de mirada tierna y largas orejas capaz de volar cerca de su público. La pubertad acabó con su don y su estrellato. Tuvo que compartir número y pista con los otros elefantes. Cada día que pasaba era más consciente de la
ley de la gravedad, de su peso y de sus movimiento torpes; también de su vida tediosa: de la jaula a la pista; una, otra vuelta, ahora en el otro sentido; un chasquido y a alzarse sobre las patas traseras, como recompensa unos cacahuetes. Dejó de ser astro del circo y comenzaron sus problemas, bulimia, adicción a los cacahuetes con miel...

Quizá acudan a la memoria algunos episodios de su vía crucis; afortunadamente solo trascendió lo que le interesó airear a la prensa cuando era noticia. Los más sórdidos, los que le llevaron a esta ruina, los que le alejaron del circo, muy pocos saben de ellos.

Al cruzar la calle se detuvo ante un escaparate. Tal vez se refugiaba de las miradas curiosas o buscaba algo entre las mercancías expuestas. Contemplaba su rostro con extrañeza, y se repetía mentalmente, igual que un mantra, así se lo aconsejaban en la terapia, frases para reforzar su
autoestima. Recorría cada una de las facciones tratando de encajar cada pieza en su sitio, pero seguía igual de desorientado; sólo pensaba en una solución, la única solución: volver a pactar con el diablo, pero esta vez poco tenía que ofrecerle.

Argiem